Derechos humanos y estadistas después de la pandemia

Internacional

Por: Juan C. Moraga D.
Derechos Humanos sin Fronteras.

Conversando con abuelas y madres de plaza de mayo concluíamos que las instituciones vinculadas a la defensa de los derechos humanos no pueden permitir que estas sean utilizadas para beneficio o lucimiento de partidos políticos, gobiernos o empresarios quienes, muchas veces, recurren a esto para para cuidar sus intereses y justificar verdaderas atrocidades en contra de seres humanos indefensos. Por lo anterior es que derechos humanos sin fronteras, desde el primer día, busca marcar la diferencia con otras instituciones que, anualmente, entregan informes que, muchas veces, son cuestionados por su falta de rigor e, incluso, deslegitimados al cuestionarse el origen de los fondos que han terminado por convertirlos en verdaderas transnacionales de los derechos humanos, con cientos de funcionarios rentados en 4 continentes que se han convertido, como en el imperio romano, en verdaderos cónsules o gobernadores donde el encargado del territorio se cree con derechos para influir, chantajear o descalificar autoridades o gobiernos, sin haber realizado un trabajo serio de campo ni consultar a todas las partes de un conflicto, terminando por ello en el descredito que genera la sensación de que, en estos informes, puede haber influencia económica o ideológica, cuestión que, por el carácter de estas instituciones, no debiera siquiera mencionarse, pero ocurre, se piensa y también explica el surgimiento de nuevas instancias para defender los derechos humanos, como ha ocurrido con DHSF que nace, precisamente, para privilegiar la defensa de los DDHH por sobre cualquier otra consideración, con trabajo de campo real y escuchando a todas las partes.
Derechos Humanos Sin Fronteras se encuentra finalizando el informe del año 2020 sobre el estado de estos derechos en Argentina, Argelia, Brasil, Bolivia, Haití, Chile, Colombia, Ecuador, Libia, Marruecos, México, Nicaragua, Panamá, Perú y Venezuela, para lo cual ha recibido antecedentes de todas las partes involucradas. Nadie puede decir que no ha sido escuchado y la objetividad del informe final se garantiza con redactores que han sufrido en carne propia la violación de sus derechos, para quienes, en la evaluación de estos atropellos, no puede haber discriminaciones políticas, sociales o religiosas. A pesar de la precariedad de medios, podemos decir que los objetivos fijados para el primer año de DHSF han sido cumplidos, sobre lo cual su directora ejecutiva ha manifestado: “Pedimos disculpas a organizaciones de la sociedad civil y de DDHH de 47 países que nos han escrito para que se les incluya en este informe, lo que, por razones de tiempo, crisis sanitaria y recursos no ha sido posible, limitando este trabajo a lo ya avanzado hasta el 15 de marzo. Esperamos el año 2021 poder incluir informes sobre el estado de los DDHH en todos los países donde estos sean violados”.

Para quienes hemos sufrido prisión política y tortura, la defensa de los derechos humanos es una causa de vida, lo que explica nuestro firme compromiso con estos, pero también nuestra intolerancia frente a quienes justifican estos atropellos, sobre lo cual tenemos 2 ejemplos claros: el grupo separatista frente Polisario, en el norte de África que, bajo una mirada indiferente de órganos internacionales, durante años mantiene cárceles secretas, comete asesinatos, roba ayuda humanitaria y secuestra personas, además de no respetar ningún tipo de opinión disidente. El segundo caso es Venezuela donde, sin considerar los efectos de bloqueos sanitarios, económicos y la coordinación internacional para derrocar al gobierno de ese país, afectando directamente los derechos humanos de los más humildes, se emiten con ligereza informes condenatorios que buscan, a fin de cuentas, legitimar una invasión militar en ese país, sin considerar su costo en vidas humanas, lo que para cualquier demócrata debiera ser repudiable.
La condena a quienes violan derechos humanos, sean de izquierda o derecha, no puede tener segundas lecturas y por ello considero pertinente hacer públicas estas reflexiones que tal vez pueden resultar incomodas para algunos, pero son necesarias en momentos de confusión y una crisis sanitaria que permite toda clase de oportunismos y por lo cual, después de obtener el apoyo de quienes integramos DHSF, las hemos hecho llegar a la alta comisionada de la ONU para los derechos humanos y a diversos organismos internacionales que, pensamos, debieran opinar y resolver sobre tan delicado tema. Claramente no apoyamos presiones externas en ningún país y tampoco que organismos internacionales de los DDHH se conviertan en verdaderos jueces en lugares donde, habiendo enormes y profundos cambios, como ocurre en Marruecos, se ponga el acento en situaciones que se encuentran en manos de la justicia y los encargados de velar por estos derechos no rehúyen el debate ni las explicaciones. Cualquier análisis medianamente serio sobre el estado de los DDHH requiere de una visión general que contemple a todos los actores, el contexto histórico y un análisis comparativo de los últimos años. “Bajarle el perfil” a los aspectos positivos para dar gusto a lobistas de bandas armadas, no habla bien de estos “informes” donde, claramente, observamos una intencionalidad política. El respeto a los DDHH no puede ser visto con anteojeras ideológicas y mucho menos en un mundo donde, por un lado, están quienes durante muchos años alientan guerras, republicas virtuales, invasiones militares o golpes de estado con un claro objetivo: cuidar sus intereses y apropiarse de las riquezas naturales en países que consideran inferiores y por otro, lo positivo que frente a ellos surgen verdaderos hombres y mujeres de estado que, respetando sus diferencias políticas, son capaces de conversar y lograr acuerdos, cruzando continentes para estrechar la mano de quienes, en la víspera, otros los alentaban para que fueran sus enemigos. Las abuelas de plaza de Mayo, el rey de Marruecos en La Habana o el Papa en Rabat, son ejemplos a considerar para el mundo que surge después de la Pandemia que, una vez más, tiene el mayor número de sus víctimas entre los más desposeídos. Este drama permite distinguir a los verdaderos estadistas que, entre ellos, comparten el mismo respeto por la gente común y, con una sensibilidad especial, actúan y buscan resolver las necesidades y el sufrimiento de los más vulnerables y necesitados.